Será Joseph de Maistre
(1753-1821), Gran Profeso del Régimen Escocés Rectificado, quien dará origen al
término «cristianismo trascendente», al menos en lengua francesa, declarando en
el diálogo XI de Las Veladas de San-Petersburgo: “Es lo que algunos Alemanes llamaron ‘Cristianismo transcendente’. Esta
doctrina es una mezcla de platonismo, origenismo y filosofía hermética, sobre
una base cristiana. Los conocimientos sobrenaturales son el gran objetivo de sus
trabajos y de sus esperanzas; no dudan en absoluto de que sea posible al hombre
ponerse en comunicación con el mundo espiritual, tener un trato con los
espíritus y descubrir así los más raros misterios. […] su dogma fundamental es
que el cristianismo, tal y como lo conocemos hoy, solo es una verdadera logia
azul hecha para el vulgo; pero depende del hombre de deseo elevarse de grado en
grado hasta conocimientos sublimes, tales como los poseían los primeros
Cristianos que eran verdaderos iniciados…”
El mismo Maistre, quien declaraba
en su Memoria al duque de Brunswick (1781) que esperaba “añadir al Credo algunas riquezas”, que fue profundamente marcado
por la lectura de los escritos de Orígenes de Alejandría (IIIer s.),
creía en la existencia de una tradición secreta, de una disciplina reservada o
“ciencia del Arcano” -actitud
compartida por los miembros del Régimen Rectificado que se adherían, según la
expresión de Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824), a la “santa doctrina llegada de edad en edad
por la Iniciación hasta nosotros”-, sosteniendo en su Ensayo sobre el Principio Generador de las constituciones políticas
que las definiciones dogmáticas fueron impuestas a la Iglesia, y que “ocultan”,
más que protegen, la Verdad.
Este “cristianismo trascendente”
o “Ciencia del Hombre”, como bien nos explica Jean-Marc Vivenza, es el corazón
del Régimen Escocés Rectificado, y apunta a otras cosas en el plano metafísico más
allá de la enseñanza impartida por las diferentes confesiones cristianas, lo
cual explica además por qué fue establecido un camino iniciático progresivo
para revelar estas verdades, sin las cuales no se entendería que fuese
necesario para los cristianos convencidos -sin contar las severas penas
previstas por la autoridad romana que se aplican a aquellos que se hacen
recibir en francmasonería-, esperar largos años sometiéndose a rituales
extraños para finalmente escuchar un discurso que ya desde la infancia podrían
encontrar en su catecismo.